Ludwig Wittgenstein
Conferencia sobre Ética
Traducción: Santiago M. Olábarri Oriol
Edición y correcciones: Alberto Buscató Vázquez
Esta traducción se basa en Ludwig Wittgenstein. «Lecture on Ethics». The Philosophical Review, vol. 74, nº 1, enero de 1965, pp. 3-12. El texto original está en el dominio público en su país de origen y en otros países y zonas donde el plazo de los derechos de autor es la vida del autor más 70 años o menos. Esta traducción, que ha sido posible gracias al apoyo financiero de Wikimedia Italia, se publica bajo los términos de la licencia Creative Commons Atribución-Compartir Igual.
Ludwig Wittgenstein
Conferencia sobre Ética
Antes de que comience con el tema propiamente dicho, permítanme hacer un par de observaciones introductorias. Siento que tendré grandes dificultades al comunicarles mis pensamientos y creo que algunas de ellas podrán ser disminuidas si las menciono de antemano. La primera, que casi no necesito mencionar, es que el inglés no es mi lengua materna y que, por lo tanto, mi expresión a menudo carece de la precisión y sutileza que serían deseables al hablar de un tema complicado. Solo puedo pedirles que me faciliten la tarea, prestando atención al contenido a pesar de las faltas que cometeré constantemente contra la gramática inglesa. La segunda dificultad que mencionaré es que probablemente muchos de ustedes vengan aquí con expectativas ligeramente incorrectas. Y para dejar claro este punto diré unas pocas palabras para explicarles la razón por la cual he elegido el tema que he elegido: cuando su anterior secretario me hizo el honor de pedirme que leyera una conferencia para su institución, lo primero que pensé fue que ciertamente lo haría y, lo segundo, que, si tuviera la oportunidad de hablarles a ustedes, debería hablarles sobre algo que tuviera interés en comunicarles, y que no debería malgastar esta oportunidad dándoles una conferencia sobre, por ejemplo, lógica. Digo malgastar, porque explicarles una cuestión científica necesitaría todo un curso y no una conferencia de una hora. Otra alternativa hubiera sido darles lo que se suele llamar una charla científico-popular, es decir, una conferencia que les haría creer que entienden una cosa que en verdad no entienden y satisfacer lo que considero uno de los deseos más bajos de la gente moderna, a saber, la curiosidad superficial por los descubrimientos más recientes de la ciencia. He dejado de lado estas alternativas y he decidido hablarles de un tema que me parece ser de importancia general, esperando que les ayude a aclarar su pensamiento sobre esta cuestión (incluso si están completamente en desacuerdo con lo que digo sobre ello). Mi tercera y última dificultad concierne a la mayoría de las conferencias filosóficas largas y es que el oyente es incapaz de ver tanto el que camino que recorre como el objetivo al que le lleva. Es decir, o bien piensa: «Entiendo todo lo que está diciendo, pero, a dónde demonios quiere llegar» o «Entiendo hacia dónde va, pero, cómo demonios va a llegar hasta ahí». Solo puedo pedirles una vez más que sean pacientes y esperar que al final vean tanto el camino, como el lugar al que los lleva.
Comienzo, pues. Mi tema, como ustedes saben, es la Ética y adoptaré la explicación del término que ha dado el profesor Moore en su libro Principia Ethica. Dice «La Ética es la investigación general sobre lo que es bueno».[1] Ahora voy a utilizar el término Ética en un sentido ligeramente más amplio, en un sentido que de hecho incluye lo que creo que es la parte más esencial de lo que generalmente se llama Estética. Y para hacerles ver, de la manera más clara posible, lo que entiendo es el tema de la Ética, voy a exponerles un número de expresiones más o menos sinónimas cada una de las cuales podría ser sustituida por la definición que he dado más arriba, y enumerándolas quiero producir la misma clase de efecto que Galton produjo al tomar una serie de fotografías de caras diferentes en la misma placa fotográfica para así obtener la imagen de los rasgos faciales típicos que todos tenían en común. Al enseñarles tal foto colectiva podría hacerles ver lo que es, por ejemplo, la típica cara china; del mismo modo, si miran a través de la lista de sinónimos que voy a exponerles, podrán ver, espero, los rasgos característicos que tienen en común y estos rasgos son los característicos de la Ética. Entonces, en vez de decir «la Ética es la investigación sobre lo que es bueno», podría haber dicho que la Ética es la investigación sobre lo que tiene valor o sobre lo que es verdaderamente importante, o podría haber dicho que la Ética es la investigación sobre el sentido de la vida o sobre lo que hace que valga la pena vivir o sobre la manera correcta de vivir. Creo que si consideran todas estas frases obtendrán una idea aproximada de lo que la Ética trata. Entonces, lo primero que sorprende de todas estas expresiones es que todas se usan en dos sentidos muy diferentes. Los llamaré el sentido trivial o relativo, por un lado, y el sentido ético o absoluto, por el otro. Si, por ejemplo, digo que esta es una buena silla quiero decir que la silla sirve un propósito predeterminado y que la palabra «buena» solo tiene significado en tanto en cuanto este propósito ha sido establecido con anterioridad. De hecho, la palabra «buena» en sentido relativo significa simplemente alcanzar cierto estándar predeterminado. Así, cuando decimos que este hombre es un buen pianista, queremos decir que puede tocar piezas de un cierto grado de dificultad con un cierto grado de destreza. Y, del mismo modo, si digo que es importante para mí no acatarrarme, quiero decir que acatarrarme causa efectos perniciosos descriptibles en mi vida, y si digo que este es el camino correcto, quiero decir que es el camino correcto en referencia a un fin concreto. Usadas de este modo, estas expresiones no presentan ninguna dificultad o problemas profundos. Pero esta no es la manera en que la Ética las utiliza. Suponiendo que pudiera jugar al tenis y que uno de ustedes me viera jugar y dijera «bueno, no juega usted muy bien» y supongan que yo respondiera «Lo sé, estoy jugando mal, pero no quiero jugar mejor», entonces el otro solo podría decir «Ah bueno, no pasa nada». Pero supongamos ahora que le he contado a uno de ustedes una mentira absurda y el me dijera «Se está usted comportando como una bestia» y entonces yo respondiera «Sé que me comporto mal, pero es que no quiero comportarme mejor», ¿podría entonces decir «Ah bueno, no pasa nada»? Ciertamente no; diría «Bueno, pues deberías querer comportarte mejor». Aquí tienen un juicio absoluto de valor, mientras que en el caso anterior tenían uno relativo. La esencia de esta diferencia obviamente parece ser esta: cada juicio de valor relativo es una mera constatación de hechos y, por lo tanto, puede ser formulado de tal manera que pierda toda la apariencia de un juicio de valor: en vez de decir «Este es el camino correcto a Granchester», podría también haber dicho correctamente: «Este es el camino correcto que tienes que seguir, si quieres llegar a Granchester en el menor tiempo posible»; «Este hombre es un buen corredor» quiere decir simplemente que corre un cierto número de millas en un cierto número de minutos, etcétera. Entonces, lo que quiero sostener es que, aunque todos los juicios relativos de valor pueden ser mostrados como constataciones de hechos, ninguna constatación de hechos puede ser, o implicar, un juicio absoluto de valor. Permítanme explicar esto: Supongamos que uno de ustedes fuera una persona omnisciente y que por tanto conociera todos los movimientos de todos los cuerpos, vivos o muertos, del mundo y que también conociera todos los pensamientos de todos los humanos de la historia, y supongamos que este hombre escribiera todo lo que sabe en un gran libro, entonces este libro contendría la descripción completa del mundo; y lo que quiero decir es que este libro no contendría nada que pudiéramos llamar un juicio ético ni tampoco algo que implicará lógicamente tal juicio. Contendría, por supuesto, todos los juicios de valor relativo y todas las proposiciones verdaderas de la ciencia y, de hecho, todas las proposiciones verdaderas que se pueden formular. Pero todos los hechos descritos estarían, por así decirlo, en el mismo nivel y, de la misma manera, todas las proposiciones estarían en el mismo nivel . No hay proposiciones, que, en un sentido absoluto, sean sublimes, importantes o triviales. Ahora quizás algunos de ustedes estarán de acuerdo con esto y se acordarán de las palabras de Hamlet: «No hay nada bueno ni malo; es el pensamiento el que lo hace tal».[2] Pero esto llevaría una vez más al error. Lo que Hamlet dice parece implicar que lo bueno y lo malo, a pesar de no ser cualidades del mundo más allá de nosotros, son atributos para nuestros estados mentales. Pero lo que yo quiero decir es que un estado mental, en tanto que con ello queremos referirnos a un hecho que se puede describir, no es bueno o malo en un sentido ético. Si, por ejemplo, en nuestro libro el mundo leemos la descripción de un asesinato con todos los detalles físicos y psicológicos, la mera descripción no contendrá nada que podamos llamar una proposición ética. El asesinato estará exactamente en el mismo nivel que cualquier otro evento, como la caída de una piedra. Ciertamente, la lectura de esta descripción nos podrá causar dolor o ira o cualquier otra emoción, o podremos leer sobre las emociones de dolor o ira causadas en otras personas cuando oyen hablar de él, pero serán simplemente hechos, hechos, hechos, pero no Ética. Y ahora tengo que decir que si contemplase lo que sería la Ética realmente, si hubiera tal ciencia, este resultado me resulta muy obvio. Me resulta obvio que nada que podamos pensar o decir será la cosa. Que no podemos escribir un libro científico, cuyo tema podría ser intrínsecamente sublime y estar por encima de todos los demás, solo puedo describir mi sentimiento con la metáfora de que, si un hombre pudiera escribir un libro de Ética que verdaderamente fuera un libro de ética, este libro destruiría, con una explosión, todos los demás libros del mundo. Las palabras, tal y como las utilizamos en la ciencia, son recipientes que sólo pueden contener sentido y significando, esto es sentido y significado naturales. La Ética, si es que es algo, es sobrenatural y nuestras palabras solo expresarán hechos; igual que una taza de té solo aguantará una taza llena de agua, aunque vertiera en ella un litro. He dicho que en lo que concierne a los hechos y las proposiciones solo existe el valor relativo y lo bueno, correcto, relativo. Y permítanme, antes de continuar, ilustrar este punto con un ejemplo evidente. El camino correcto es el camino que lleva a un lugar arbitrariamente predeterminado y está bastante claro para todos nosotros, que no tienen ningún sentido hablar de un camino correcto aparte de este lugar predeterminado. Ahora consideremos qué es lo que podríamos querer decir con la expresión «el camino absolutamente correcto». Creo que sería el camino que todo el mundo, al verlo, tendría que tomar o avergonzarse de no hacerlo, con necesidad lógica. Del mismo modo, lo absolutamente bueno, si se puede describir como un estado de las cosas [state of affairs], sería lo que todo el mundo, independientemente de sus gustos o inclinaciones, tendría que hacer o sentirse culpable por no hacerlo necesariamente. Y quiero decir que tal estado de las cosas es una quimera. Ningún estado de las cosas tiene, en sí mismo, lo que me gustaría llamar el poder coercitivo de un juez absoluto. Entonces, ¿qué tenemos, todos nosotros que, como yo mismo, estamos todavía tentados a usar tales expresiones como «bien absoluto», «valor absoluto», etcétera, qué tenemos en mente y qué intentamos expresar? Entonces, cuando me intento aclarar esto, es natural que deba recordar los casos en los que con seguridad utilizaría estas expresiones y me encuentro así en la situación en la que estarían ustedes si, por ejemplo, les estuviera dando una charla sobre la psicología del placer. Lo que harían en tal caso sería intentar recordar alguna situación típica en la que siempre sintieron placer. Pues, teniendo en mente tal situación, todo lo que dijera se volvería concreto y, por así decirlo, controlable. Un hombre elegiría quizás como su ejemplo típico, la sensación de pasearse en un buen día de verano. Entonces, me encuentro en esta situación, si quiero centrar mi mente en lo que quiero decir con valor absoluto o ético. Y ahí, en mi caso, siempre ocurre que se me presenta la idea de una experiencia particular que es, por lo tanto, de un modo u otro, mi experiencia por antonomasia, y esa es la razón por la que, al dirigirme a ustedes ahora, utilizaré esta experiencia como mi primer y principal ejemplo. (Como he dicho anteriormente, esta es una cuestión puramente personal y otros tendrían ejemplos más impactantes). Describiré esta experiencia con el fin, siempre que sea posible, de hacerles recordar o bien la misma, o bien experiencias similares, para que así tengamos una base común para nuestra investigación. Creo que la mejor manera de describirla es decir que cuando la tengo me maravillo ante la existencia del mundo [I wonder at the existence of the world].[3] Y me siento inclinado a usar frases como «qué extraordinario que exista algo» o «qué extraordinario que el mundo exista». Mencionaré inmediatamente otra experiencia que también conozco y con la que, quizás, otros entre ustedes estén familiarizados: esta es, se podría decir, la experiencia de sentirse absolutamente seguro. Me refiero al estado mental en que uno está tentado de decir «Estoy seguro, pase lo que pase, nada me puede hacer daño». Ahora permítanme considerar estas experiencias, pues creo que exhiben las características precisas que queremos clarificar. Y lo primero que tengo que decir es que ¡la expresión verbal que damos a estas expresiones es un sinsentido! Si digo «me maravillo ante la existencia del mundo» estoy utilizando el lenguaje de manera errónea. Permítanme explicar esto: Tiene un sentido perfectamente claro decir que me maravillo cuando algo ese el caso; todos entendemos lo que significa decir que me maravillo del tamaño de un perro que es más grande que cualquiera que haya visto antes o ante cualquier cosa, que, en el sentido común del término, es extraordinaria. En todos estos casos, me maravillo de que algo sea el caso, pudiendo yo concebir que no lo fuera. Me maravillo ante el tamaño del perro porque puedo pensar en un perro de otro tamaño, es decir, ordinario, ante el cual no me maravillaría. Decir «me maravillo de que tal y cual sean el caso» solo tiene sentido si puedo pensar que no lo sean. En este sentido uno se puede maravillar ante la existencia de, por ejemplo, una casa cuando la ve y lo la ha visitado desde hace mucho tiempo y se ha imaginado que la habían derruido. Pero es un sinsentido decir que me maravillo ante la existencia del mundo porque no me puedo imaginar que no exista. Por supuesto, me podría maravillar ante el hecho de que el mundo a mi alrededor es como es. Si, por ejemplo, tuviera esta experiencia al mirar al cielo azul, podría maravillarme ante el cielo azul frente al caso de que estuviera nublado. Pero esto no es lo que quiero decir. Estoy maravillado ante el cielo, sea como sea. Alguien podría estar tentado a decir que lo que me maravilla es una tautología, es decir, que sea azul o no azul. Pero entonces es un sinsentido decir que uno está maravillado ante una tautología. Entonces, lo mismo se aplica a la experiencia que ya he mencionado, la experiencia de la seguridad absoluta. Todos sabemos lo que es estar seguro en la vida ordinaria. Estoy seguro en mi habitación, cuando no me puede atropellar un autobús. Estoy seguro cuando he tenido la tos ferina y por lo tanto, no puedo tenerla otra vez. Estar seguro significa esencialmente, que es físicamente imposible que ciertas cosas me ocurran y que, por tanto, es un sinsentido decir que estoy seguro pase lo que pase. De nuevo, esta es una mala utilización de la palabra «seguro», como en el ejemplo anterior lo fue el decir «existencia» o «maravillarse». Ahora quiero hacerles ver que un cierto mal uso característico de nuestra lengua se encuentra en todas las expresiones éticas y religiosas. Todas estas expresiones parecen, prima facie, ser solo símiles. Así, parece que cuando usamos la palabra «correcto» en un sentido ético, aunque lo que queremos decir no es correcto en su sentido trivial, es algo similar, y cuando decimos «Este es un buen chico», aunque la palabra «buen» aquí no significa lo mismo que en la frase «Este es un buen jugador de fútbol», parecen guardar alguna similitud. Y cuando decimos «La vida de este hombre es valiosa», no lo decimos en el mismo sentido en el que hablamos de joyas valiosas, pero parece haber una cierta analogía. Entonces, todos los términos religiosos parecen ser utilizados como símiles o de manera alegórica. Pues, cuando hablamos de Dios y de que lo ve todo y cuando nos arrodillamos y rezamos ante Él, todos nuestro términos y acciones parecen formar parte de una gran y elaborada alegoría que lo representa como un ser humano de gran poder cuya gracia intentamos ganar, etcétera, etcétera. Pero esta alegoría también describe la experiencia a la que me he referido hace un momento. Pues la primera, creo yo, es exactamente a lo que la gente se ha referido al decir que Dios ha creado el mundo; y la experiencia de seguridad absoluta ha sido descrita al decir que nos sentimos seguros en las manos de Dios. Una tercera experiencia de esta misma clase es la de sentirse culpable y, de nuevo, ha sido descrita con la frase de que Dios está no aprueba nuestra conducta. Así, en el lenguaje ético y religioso, parece que usemos símiles constantemente. Pero un símil ha de ser un símil de algo. Y si puedo describir un hecho por medio de un símil, he de poder dejar este de lado y describir los hechos sin él.[4] Entonces, en nuestro caso, en cuanto intentamos dejar el símil de lado y simplemente constatar los hechos que hay tras él, nos encontramos con que no hay tales hechos. Y así, lo que en un primer momento pareció ser un símil ha resultado ser un mero sinsentido. En cualquier caso, las tres experiencias que les he mencionado (y podría haber mencionado otras) parecen, a los que las han vivido, como, por ejemplo, a mí mismo, tener en algún sentido un valor intrínseco, absoluto. Pero cuando digo que son experiencias, con seguridad, son hechos; han tenido lugar entonces y ahí, han durado un tiempo definido y son, en consecuencia, descriptibles. Y, partiendo de lo que he dicho hace unos minutos, he de admitir que es un sinsentido decir que tienen valor absoluto. Dejaré mi punto más claro diciendo «Es la paradoja de que una experiencia, un hecho, parezca[5] tener un valor sobrenatural». Entonces, hay una manera en la que me sentiría tentado a encarar esta paradoja. Primero permítanme considerar, de nuevo, nuestra primera experiencia de maravillarse ante la existencia del mundo y permítanme describirla de una manera ligeramente distinta; todos sabemos lo que en la vida ordinaria se llamaría un milagro. Evidentemente es simplemente un evento de un tipo jamás visto. Ahora supongamos que tal evento ocurre. Pongamos el caso de que a uno de ustedes le creciera una cabeza de león y comenzará a rugir. Ciertamente, esto sería de lo más extraordinario que me podría imaginar. Entonces, cuando nos hayamos recuperado de nuestra sorpresa, lo que sugeriría sería ir a por un médico y que examinara el caso científicamente y, si no fuera por el dolor que le causaría, le pediría que le hiciera una vivisección. Y, ¿qué pasaría entonces con el milagro? Pues está claro que cuando lo miramos de esta manera, todo lo milagroso ha desaparecido; a no ser que lo que queramos decir con este término no es más que un hecho no haya sido explicado por la ciencia, lo que por su parte significa que hasta ahora no hemos podido agrupar este hecho junto a otros en un sistema científico. Esto muestra que es absurdo decir «La ciencia ha demostrado que no hay milagros». La verdad es que la manera científica de considerar un hecho no es la manera de considerarlo como un milagro. Pues imagínense el hecho que quieran, no es en sí mismo milagroso en el sentido absoluto de este término. Y ahora describiré la experiencia de maravillarse ante la existencia del mundo diciendo: es la experiencia de considerar el mundo como un milagro. Ahora querría decir que la expresión correcta del lenguaje para el milagro de la existencia del mundo, aunque no sea una proposición del lenguaje, es la existencia del lenguaje mismo. Pero, entonces, ¿qué significa que seamos conscientes de este milagro a veces, y a veces no? Pues todo lo que he dicho al cambiar la expresión de lo milagroso desde una expresión a través del lenguaje en una expresión a través de la existencia del lenguaje [by the existence of language], todo lo que he dicho es, otra vez, que no podemos expresar lo que queremos expresar y que todo lo que decimos sobre lo absolutamente milagroso es un sinsentido. Ahora bien, la respuesta a todo esto les parecerá perfectamente clara a muchos de ustedes. Dirán: Bueno, si ciertas experiencias nos llevan constantemente a atribuirles una cualidad que llamamos importancia y valor ético o absoluto, esto simplemente muestra que con estas palabras no decimos un sinsentido, que, a fin de cuentas, a lo que nos referimos al hablar de una experiencia con valor absoluto es a un hecho como otros hechos y todo se reduce a que no hemos sido capaces de encontrar el análisis lógico correcto de lo que queremos decir con nuestras expresiones éticas y religiosas. Entonces, cuando se me responde de tal manera, veo inmediatamente con claridad, como si de un destello de luz se tratara, que, no solo ninguna descripción que se me ocurra describiría lo que quiero decir con valor absoluto, sino que también rechazaría toda descripción significativa que cualquiera sugiriera, ab initio, por su significado [significance]. Es decir: veo con claridad que todas estas expresiones sin sentido no carecían de sentido por no haber encontrado aún las expresiones correctas, sino que el no tener sentido es su misma esencia. Pues lo que quería hacer con ellas era ir más allá del mundo, es decir, más allá del lenguaje significativo [significant language]. Toda mi inclinación, y creo que la inclinación de todos aquellos hombres que han tratado alguna vez de hablar sobre Ética o Religión, ha sido la de ir contra los límites del lenguaje. Y este marchar contra las paredes de nuestra jaula es perfectamente, absolutamente inútil. La Ética, en tanto en cuanto surge del deseo de hablar del significado último de la vida, de lo absolutamente bueno, de lo absolutamente valioso, no puede ser una ciencia. Lo que dice no contribuye a nuestro saber de ningún modo. Sin embargo, es un documento de una tendencia de la mente humana que personalmente no puedo evitar respetar profundamente y que, por mi vida, no pondría en ridículo.
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